Había dejado de pensar en la
muerte. Antes la pensaba mucho. No como un hecho trágico o una tendencia
suicida. Sino como la única certeza que tenemos mientras vivimos, un día (la
mayoría de nosotros sin saber cómo ni cuándo), tocará a nuestra puerta y nos
dirá que ha llegado la hora. Por eso la pensaba…. No quería que me agarrara con
la lista interminable de “tengo que” que normalmente traigo en la mente.
Así un día parecía loca por
bailar con mamá en el súper, despertar en la madrugada para disfrutar de verlo
dormir, jugar fotosíntesis con los sobrinos, mensajear a papá para decirle que
el canto de las aves me recuerda cuando me llevaba a la secundaria, anunciar
una noticia agobiante para lograr una reunión con las amigas y salir con un:
¡solo quería abrazarlas!, pasar el tiempo en el jardín platicando con las
plantas o mirar largo rato hacia el todo y nada que es el mundo que nos rodea…
Pero en algún punto perdí esa
consciencia y me dejé envolver por el mundo que da por sentado cada momento de
su vida, como si el marcar en el calendario una fecha nos asegurara alcanzarla…
y así, sin darme cuenta la poderosa rutina se apoderó de mí y acabé pensando en
los trastes por lavar, la ropa por guardar, el súper que hacer, el trabajo que
terminar, las necesidades por suplir, los mil compromisos que completar para
poder empezar a vivir esa vida que soñaba para mi… sin darme cuenta que la vida
me estaba pasando de lado… que la estaba gastando sin disfrutarla, sin vivirla
con intención, sin valorarla como la antesala de la muerte.
Hoy me detuve de nuevo a pensar,
bueno ¿y que si hoy es mi último día?, no importará que la pila de ropa sucia
no se haya lavado, quien quiera ponérsela tendrá que lavarla o usarla como
esta… ¿pero yo? ¿Yo como recordaré el último momento vivido? Ese en el que
haces consciencia de lo que haces y de verdad registras y disfrutas; ese que va
acompañado de una sonrisa, de una entrega, de un ser y estar en el presente, no
solo del transcurso imparable del tiempo. Entonces volví a pensar en la muerte…
en la importancia de tenerla presente, de refrendar el compromiso conmigo de
que mi último momento vivido sea justo el segundo antes de al fin conocerle.