Tres días y medio, cuatro personas, veintiocho cajas y más de quince bolsas de basura se necesitaron para mudar 50 años de historia. En tan sólo eso se redujo Su vida…
Llegamos el sábado temprano, después del primer alimento y la respectiva lavada de dientes era hora de poner las manos a la obra… Me comisionaron con mi fiel escudero a la misión más difícil, no tanto por el tamaño sino por el contenido… debía encargarme de Su habitación.
Ver sacos y pantalones de nuevo ya sin su olor, no fue tan difícil, al prepararlos para las cosas a donar imaginaba que aquéllos trajes que alguna vez le lucieron tan bien y lo pintaron a mis ojos como la imagen de elegancia en un hombre, le serían de mucha ayuda a alguien más, siempre los mantuvo en perfecto estado; los suéteres fueron un poco más complejos, me recuerdo de niña corriendo a su cuarto en busca de dos o tres que eran mis favoritos y probándomelos, soñando con ser mayor para poder usarlo con unos jeans y unas botas… también tuve que dejarlos ir, el calor del lugar donde vivo seguía siendo impedimento para cumplir ese sueño y ahora ya no podrían esperarme guardados en el ratón como lo hicieron durante estos quince años de visitas intermitentes…
Sus burós fueron fuente de asombro y risas para nosotros… Medicinas que caducaron en 1987, lentes de contacto de cuando mi mamá era soltera, un Mickey Mouse que logró sobrevivir casi cuarenta años, lentes de la abuelita que había dejado olvidados y juraba que se los habían robado, una cantidad de vendas capaz de servirnos de disfraz de momia a JC y a mí para el halloween de primos (lástima que no lo pensé antes de desecharlas), zapatos casi nuevos y sus huaraches de toda la vida, esos que tuvo que usar como un año seguido después de que le rompí la uña por caerle de cabezota en el pasamanos cuando era pequeñita.
Los archivos… vaya, uno sí que guarda una cantidad ridícula de papelitos, notas de consumo, (Vips debería darle un premio póstumo de fidelidad, aparte de reconocimiento como socio capitalista incógnito jaja) miles de teléfonos sin ningún nombre, estados de cuenta de Banamex (lo cual no me asombraría si no fuera porque canceló su trato con ese banco hace más de diez años), la historia médica completa de la abuelita desde su infarto hace veinte años; cincuenta y cinco radiografías que no supe donde reciclar.
Horas enteras clasificando su vida, lo que se dona, lo que se tira, lo que se regala a la familia, lo que se conserva… ¿Y quién soy yo para determinar eso? Somos muy aprensivos con la vida, conservando una cantidad inconmensurable de artefactos, papeles, ropa, enseres, recuerdos… cosas que solo nosotros podremos darle valor y al no estar para explicar ese valor serán basura al ojo de alguien más.
Tuvo sus ventajas empanizarnos con ese polvo almacenado, encontré tesoros invaluables, fotografías de la familia de bodas y eventos especiales, ese papel mate y la ausencia de sonrisa les da cierto aire de solemnidad que no logro definir como gusto o suplicio; notitas de mis padres cuando era pipiolos y su amor era intenso y tormentoso cual adolescentes, el famoso hongo de chocolate que papá le regaló a mamá y ella conservó durante treintaiocho años (ahora si por miedo a que se derritiera lo tuvimos que dejar), las misivas de cortejo intercambiadas entre mis abuelitos en sus años mozos, las escrituras de la casa que se habían dado por perdidas después de que un tío las pidiera de aval, el carnet de paso para que el abuelito pudiera entrar a Estados Unidos a trabajar en el ferrocarril, la “cartilla” de mi bisabuelo de 1897 y un acta de acuerdo original que data de 1905, además de ese libro de himnos que me hizo sentir tan cerca de él, justo en la página que lo abrí el himno que le recuerdo cantar vestido de traje gris obscuro en plena Iglesia.
Lo mejor de todo, y la verdad es que lo más doloroso también, fue encontrar mis propias cartas; esas que le escribí durante 20 años, desde pequeñita hasta ya entrada la carrera, donde le decía que lo amaba, que le extrañaba, que se mudara conmigo, recordar cuando las escribí y la ilusión que tenía de que se volvieran realidad y él se decidiera a cambiar de aires… Cuando se fue, tenía miedo de que no hubiera sido suficientes mis expresiones de amor, que él no lo supiera, que yo no le hubiera dicho todo lo que sentía, me daba miedo porque ¿cómo puedes expresarle a alguien tu profundo amor, respeto y admiración?, ¿cómo defines la marca que ha dejado en tu vida?, ¿Cómo estar seguro de que le hiciste saber justo lo que sentías?, no creo q todo el cariño que le tengo pueda algún día ser expresado en palabras, sería limitarlo, definirlo, y la verdad prefiero sentirlo; sentir como me llena el pecho al pensar en Él, como me ilumina la sonrisa al recordar nuestras travesuras, como el calor de mi alma crece al nombrarlo… la gran ventaja ahora, es que al sólo ser espíritu él sabe justamente lo que significa para mí.
Tres días y medio se necesitaron para mudar 50 años de historia, pero ni todo el tiempo de mi vida bastará para borrarlo…
Te amo y te pienso… sigo extrañando que me abraces de vuelta…
Llegamos el sábado temprano, después del primer alimento y la respectiva lavada de dientes era hora de poner las manos a la obra… Me comisionaron con mi fiel escudero a la misión más difícil, no tanto por el tamaño sino por el contenido… debía encargarme de Su habitación.
Ver sacos y pantalones de nuevo ya sin su olor, no fue tan difícil, al prepararlos para las cosas a donar imaginaba que aquéllos trajes que alguna vez le lucieron tan bien y lo pintaron a mis ojos como la imagen de elegancia en un hombre, le serían de mucha ayuda a alguien más, siempre los mantuvo en perfecto estado; los suéteres fueron un poco más complejos, me recuerdo de niña corriendo a su cuarto en busca de dos o tres que eran mis favoritos y probándomelos, soñando con ser mayor para poder usarlo con unos jeans y unas botas… también tuve que dejarlos ir, el calor del lugar donde vivo seguía siendo impedimento para cumplir ese sueño y ahora ya no podrían esperarme guardados en el ratón como lo hicieron durante estos quince años de visitas intermitentes…
Sus burós fueron fuente de asombro y risas para nosotros… Medicinas que caducaron en 1987, lentes de contacto de cuando mi mamá era soltera, un Mickey Mouse que logró sobrevivir casi cuarenta años, lentes de la abuelita que había dejado olvidados y juraba que se los habían robado, una cantidad de vendas capaz de servirnos de disfraz de momia a JC y a mí para el halloween de primos (lástima que no lo pensé antes de desecharlas), zapatos casi nuevos y sus huaraches de toda la vida, esos que tuvo que usar como un año seguido después de que le rompí la uña por caerle de cabezota en el pasamanos cuando era pequeñita.
Los archivos… vaya, uno sí que guarda una cantidad ridícula de papelitos, notas de consumo, (Vips debería darle un premio póstumo de fidelidad, aparte de reconocimiento como socio capitalista incógnito jaja) miles de teléfonos sin ningún nombre, estados de cuenta de Banamex (lo cual no me asombraría si no fuera porque canceló su trato con ese banco hace más de diez años), la historia médica completa de la abuelita desde su infarto hace veinte años; cincuenta y cinco radiografías que no supe donde reciclar.
Horas enteras clasificando su vida, lo que se dona, lo que se tira, lo que se regala a la familia, lo que se conserva… ¿Y quién soy yo para determinar eso? Somos muy aprensivos con la vida, conservando una cantidad inconmensurable de artefactos, papeles, ropa, enseres, recuerdos… cosas que solo nosotros podremos darle valor y al no estar para explicar ese valor serán basura al ojo de alguien más.
Tuvo sus ventajas empanizarnos con ese polvo almacenado, encontré tesoros invaluables, fotografías de la familia de bodas y eventos especiales, ese papel mate y la ausencia de sonrisa les da cierto aire de solemnidad que no logro definir como gusto o suplicio; notitas de mis padres cuando era pipiolos y su amor era intenso y tormentoso cual adolescentes, el famoso hongo de chocolate que papá le regaló a mamá y ella conservó durante treintaiocho años (ahora si por miedo a que se derritiera lo tuvimos que dejar), las misivas de cortejo intercambiadas entre mis abuelitos en sus años mozos, las escrituras de la casa que se habían dado por perdidas después de que un tío las pidiera de aval, el carnet de paso para que el abuelito pudiera entrar a Estados Unidos a trabajar en el ferrocarril, la “cartilla” de mi bisabuelo de 1897 y un acta de acuerdo original que data de 1905, además de ese libro de himnos que me hizo sentir tan cerca de él, justo en la página que lo abrí el himno que le recuerdo cantar vestido de traje gris obscuro en plena Iglesia.
Lo mejor de todo, y la verdad es que lo más doloroso también, fue encontrar mis propias cartas; esas que le escribí durante 20 años, desde pequeñita hasta ya entrada la carrera, donde le decía que lo amaba, que le extrañaba, que se mudara conmigo, recordar cuando las escribí y la ilusión que tenía de que se volvieran realidad y él se decidiera a cambiar de aires… Cuando se fue, tenía miedo de que no hubiera sido suficientes mis expresiones de amor, que él no lo supiera, que yo no le hubiera dicho todo lo que sentía, me daba miedo porque ¿cómo puedes expresarle a alguien tu profundo amor, respeto y admiración?, ¿cómo defines la marca que ha dejado en tu vida?, ¿Cómo estar seguro de que le hiciste saber justo lo que sentías?, no creo q todo el cariño que le tengo pueda algún día ser expresado en palabras, sería limitarlo, definirlo, y la verdad prefiero sentirlo; sentir como me llena el pecho al pensar en Él, como me ilumina la sonrisa al recordar nuestras travesuras, como el calor de mi alma crece al nombrarlo… la gran ventaja ahora, es que al sólo ser espíritu él sabe justamente lo que significa para mí.
Tres días y medio se necesitaron para mudar 50 años de historia, pero ni todo el tiempo de mi vida bastará para borrarlo…
Te amo y te pienso… sigo extrañando que me abraces de vuelta…
Abuelito: Firmes y adelante!!!
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